La biografía novelada de Simón Rodríguez, el amigo, maestro y colaborador por momentos de su tocayo Bolívar. Un hombre obsesionado por la educación como la única y mayor herramienta para instaurar una verdadera República, es decir, un lugar donde los ciudadanos se preocupasen más que nada del bien común. En este empeño, llegó a ser nombrado Director de Educación de la Bolivia recién independizada, y a influir mucho en el Libertador en el momento de su máximo poder. Pero Rodríguez también conoció la miseria, el olvido, la ingratitud y la incomprensión. Consiguió fundar varios establecimientos de enseñanza por toda América del Sur, desde escuelitas en pueblos olvidados del altiplano a institutos prestigiosos en Chile. También encontró personas que quisieron comprenderle y ayudarle. Pero él mismo, en muchas ocasiones, no supo manejar las oportunidades que le daban. Prototipo de iluminado, creía que con la sola exposición, generalmente embrollada, de su pensamiento, cualquier persona debía quedar obnubilada y confiar en él sin límite y sin duda; si esto no ocurría, era por la ineptitud, la indolencia o la mala baba de sus contemporáneos. Un libro que creo deberían leer muchos mesías actuales, de los que creen que las cosas son sencillas y se pueden solucionar de un plumazo, y se sienten posesores de la verdad. Los tales, como Rodríguez, acaban quedándose solos (de ahí el título de la obra) y, como mucho, pueden aspirar a la mirada compasiva de algún escritor como Uslar Pietri, conmovido por una convicción íntima tan grande como su incapacidad para llevarla a cabo. ( )